sábado, 13 de marzo de 2010

... de nosotros

Conozco a muchos hombres "coherentes". Al menos si vamos al sentido etimológico de la palabra. Lo que se piensa "está unido" con lo que se hace. Así, Bin Laden fue "coherente". A Milosevich lo están juzgando por ser "coherente". Y ejemplos de todos los signos se podrían extender ad infinitum. Se trata de este tipo de personas a las que en su epitafio les gustaría esculpir sin ningún escrúpulo aquella frase de: "no me arrepiento de nada". Vemos ya por dónde va esta coherencia. La misma que aducía el fariseo. Él cumplía con todo lo establecido y, de este modo, convirtió su oración en un alegato contra "lo mal que está el mundo" y lo "buenos que somos algunos", "las personas de orden". Erguido en su orgullo el fariseo informaba a Dios de sus bondades, de la propia satisfacción, de lo cumplidor que era, para así poder garantizar que Dios atendiera su oración. Si era justo, tenía derecho a que Dios le hiciera justicia. Pero entonces, ¿qué justificación podía recibir de Dios?... Conviene recordar que la Iglesia, a lo largo de su historia, siempre ha tenido una conciencia clarísima de no ser la Iglesia de los buenos, los puros, los justos, los selectos, y ha intentado corregir las desviaciones en ese sentido afirmando una comunidad de santos y santas necesitados permanentemente de una purificación continua.
También conozco a hombres "auténticos". Lógicamente tratan de llevar a la práctica lo que piensan. Ahora bien, se saben frágiles y, a la vez, fuertes para confesar su limitación en un clamor "lo siento". Como el publicano, como el que se reconoce pecador, y mira hacia sí mismo, a su interior, y se pone sinceramente ante Dios presentándose en su verdadera debilidad. Ése es el que obtiene compasión y sale justificado de su oración, o sea, tiene la aceptación de Dios.
El gran "defecto" de Dios es que tiene debilidad por el hombre. Desea que cada hombre o mujer, lance un grito a su misericordia para poder inclinarse a su súplica y amarle. Desea que los "coherentes fariseos" salgan del reducto de su centralismo y menosprecio, para hacerles entrar también en la fiesta de los que desde su autenticidad y fragilidad construyen un reino de paz, de derechos humanos, de solidaridad.
Con Dios no valen los "cumpli-mientos". Solo cuenta la sinceridad.

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