jueves, 4 de marzo de 2010

...la soberbia

“Nada hay más falso y enfermo que el corazón del hombre” dice Jeremías y todos sabemos que eso es verdad. A pesar de las repetidas dolencias de amor o de odio, de fortaleza o debilidad, todos volvemos a tropezar en los mismos obstáculos y a caer en las mismas redes de caprichosas maldades.
Nuestro hombre carnal e interesado, egoísta y pasional, tiende siempre a frenar a nuestro hombre interior y responsable, hijo de la luz y de la verdad. Quien descuida la lucha, el dominio de sí mismo, el cultivo de la bondad para con los demás, acaba siendo su víctima.
Pero no desmayemos. Mantengámonos en pie y  montemos guardia en este camino de confianza. El contrapeso de esas acciones malévolas lo tenemos en la bendición, en la confianza, en ponernos en manos del Señor con humildad arrepentida, con coraje para luchar, con seguridad de que todo lo bueno que intentemos realizar nos coloca junto a la amistad con Dios que acaban dándonos fortaleza y triunfo.
Epulón (que podemos ser tú y yo) perdió el control de sí mismo, complicado por la sensible felicidad que le daba el dinero, la tierra, el poder, la gloria, la soberbia... Y, perdido el control, no supo ni quiso poner límite a sus debilidades, haciéndose insaciable consigo mismo e insensible para con los demás, aunque yacieran muertos de hambre a la puerta de su palacio. Él se sentía más SEÑOR cuanto veía a los demás más HUMILLADOS  a sus pies.
¡Señor!, haz que no seamos tan insensatos como para creernos superiores ante quienes debemos servir.

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