domingo, 14 de marzo de 2010

... en mis cegueras


Hoy he decidido mirar otro de los evangelios propuestos para este domingo, donde me he encontrado con un ciego. Pero, ¿Es el relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro en un par de versículos de los 41 del relato. Narra despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. (...) El ciego sale de la noche: "¡Creo en ti Señor!". Los judíos se sumergen en la noche: "Ese Jesús es un pecador".
¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que "saben", y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Juan escribe aquí su página más viva, salpicada de preguntas y sobresaltos: ¿Quién es ése? ¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? ¿Quién es? Y tú, ¿qué dices de él? ¡Ese hombre no viene de Dios! Pero, ¿cómo puede hacer signos semejantes? ¿Eres tú discípulo de ese hombre? ¡Desde el nacimiento eres pecador! Ellos dicen "nosotros sabemos", y se ciegan a sí mismos. Él responde: "Yo no sé nada", y ve surgir poco a poco la luz; dice: "el hombre"; luego: "viene de Dios"; y finalmente: "¡Señor!". Puede leerse una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús.
Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: "La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz" (Jn 1. 5). Ante el ciego que lo "ve" y los fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: "Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos".
¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; "intentamos" ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y luego para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: "Jesús, dame ojos para verte".

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