De esa incoherencia y división interior-exterior nace la urgencia profética por provocar un cambio de corazones que haga posible el reencuentro de Dios con su pueblo en la verdad, en la justicia, en la paz. Es el tema en que vuelve a insistir Jesús cuando le acusan de hacer maravillas en nombre del Belcebú que habita en su interior. Infelices mortales, les dice, ¿no sabéis que corazón dividido, reino dividido, pueblo dividido, están siempre amenazados de crisis y ruina? Sólo la armonía y unidad interior, la armonía y unidad familiar y social, la armonía de espíritu entre Dios y el hombre son fuente de bienestar.
Cuidemos, pues, ese tesoro de armonía, unidad, paz, coherencia, verdad; y eduquémonos en su rica experiencia evitando la corrupción interior y mimando hasta los detalles o tildes de una convivencia en justicia, amor y paz.
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