domingo, 14 de febrero de 2010

"Dichosos..."

Alquien en el seminario me decía que las “Bienaventuranzas” son los mandamientos de los Evangelios. Las Bienaventuranzas suponen un cambio real de situaciones concretas que nos impulsan a tener un amor universal.
No es la exaltación de la pobreza, del hambre, del llanto o de la marginación. Es la cercanía de Dios a quienes, en su nombre, viven estas situaciones. Dios mismo  es quien las acompaña. Dios sacia sus necesidades, Dios le da sentido a sus búsquedas, en Él se encuentra el norte de la vida.
Igualmente, es un llamado de atención a quienes se sienten satisfechos, a quienes solo buscan las cosas de este mundo, a quienes se sienten bien usurpando al hermano, quitando el pan, haciendo entristecer o manipulando sus sentimientos. Ay de aquellos nos dice el Evangelio.
No quiere decir esto que los cristianos debamos considerarnos felices y fieles al  evangelio precisamente y sólo cuando alguien nos odia y nos persigue. Por desgracia,  también se nos puede odiar porque no somos como Dios manda y el evangelio que  predicamos nos exige. Ningún profeta, ningún testigo del evangelio, lo tiene fácil en un  mundo lleno de injusticias, puesto que tiene que denunciar la injusticia en todas partes. Pero nadie puede considerarse ya un profeta y un testigo de Cristo porque otros hablen  mal de él y lo persigan. En toda situación de conflicto nuestra obligación es examinar a  fondo nuestras conductas. Si nos persiguen sin motivo alguno o sólo porque somos  cristianos y hemos abrazado el evangelio y la causa de los pobres, podemos considerarnos  dichosos. Pero si no es así, seremos doblemente desgraciados.

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