martes, 23 de febrero de 2010

... oración

Me siento tan confiado en Dios, escucho su Palabra y siempre viene la misma conclusión, somos una invitación a vivir en la confianza. La Palabra del Señor cumplirá su encargo.
Y es que, Dios es todo gratuidad. Eso no nos exime de hacer nuestra tarea; buscad, invocadlo, que no abandone, que regrese. Pero es Dios quien hace crecer, quien empapa, fecunda y hace germinar. A nosotros nos toca colaborar; hacer algo nuevo que empape la tierra de amor, de justicia, de bondad, de paz, de cercanía, de ternura, completando así su obra creadora.
Teniendo la certeza de que él sabe lo que necesitamos. Muchas veces no comprendemos el momento que nos toca vivir, sentimos que el Señor no pone yugos muy pesados y momentos muy difíciles; ¿cómo va a querer que suframos, si él es nuestro padre? Además, como dice hoy el salmo 33: “el Señor está cerca de los atribulados”
En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña a orar. Orar, ¿cómo oramos? ¿cómo le hablamos a Dios, nuestro Padre? Mucho hay escrito sobre la oración, y muy bonito, y mucho o poco habremos leído sobre ello. Siempre recuerdo la historia de un campesino que llega a la iglesia y siempre hacia la misma oración que tenía en un papel, un día se le perdió el papel, llegó a la iglesia y recitó 2 abecedarios y al final le dijo al Señor “Organiza Señor las letras”. O Antonia, una mujer sencilla, decía el otro día: “yo entro en la Iglesia, me siento y le digo: ya sabes a qué vengo”. A veces empleamos demasiadas palabras.
La Palabra del Señor no volverá a él vacía. Y no es magia. Es fe.
En la oración nos relacionamos íntimamente con Dios, nuestro Padre. Y lo hacemos en un clima de abandono y confianza porque él conoce nuestras necesidades.
El gran deseo: venga tu reino. El Padrenuestro condensa nuestra vida cristiana, es la oración más recitada, pero que tanta falta nos hace encarnarla y vivirla. Pues, ánimo!

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